Jerusalén:
Tú, ciudad de las penas.
Lagrimón que deambulas por los párpados.
¿Quién podrá detener la agresión
contra ti? ¡Ay, perla de las religiones!
¿Quién limpiará la sangre de los muros?
¿Quién salvará el Corán y el Evangelio?
¿Quién salvará al Mesías de los que le mataron?
¿Quién salvará al hombre?
Jerusalén:
Tú, mi ciudad,
mi amada...
Mañana... Mañana, sí florecerá el limón,
se alegrará la epiga verde y el olivo,
y los ojos reirán.
Volverán las palomas emigrantes
a los puros tejados;
los niños nuevamente jugarán,
y en tus limpias colinas
se encontrarán los padres y los hijos.
Pueblo mío...
Tú, ciudad de la paz y del olivo.
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